Júlia

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Júlia | Casa

Alguien dijo alguna vez aquello de que la originalidad consiste fundamentalmente en volver al origen. Que regresar a la sencillez de las soluciones originales, con tus propios medios, te otorga la cualidad de original con oficialidad. Etimológicamente es indiscutible, desde luego. El tercer disco de Júlia es el último y más honesto testimonio de esta teoría. Casa es un lienzo al pasado con sonidos del presente; justo monumento al clásico regreso a los orígenes, pero desde el menos común de los lugares y hasta lo más elemental y profundo de su creación.

El eterno retorno de Júlia es un test de coherencia en el que cada paso dado está calculado con mimo. Casa tiene la pureza de las cosas que se cuidan desde las mismas raíces. “Es un disco mucho más elaborado respecto a anteriores, hemos estado más encima que nunca del proceso de producción”, dicen Estela y Lídia sobre un repertorio de nuevas canciones que han levantado a partir de los cimientos de una residencia artística de tres meses en Alcoi —ciudad natal del proyecto—. Este cúmulo de lógica emocional lleva a un trabajo cuya concepción, transparente como las casas de Lars von Trier en Dogville, remite de forma inevitable al hogar verdadero.

 

La última entrega de Júlia es la de la reconexión. La de la vuelta después de un agitado viaje del que se han extraído lecciones que sólo pueden comprenderse lejos de casa. En su regreso, vuelven a invocar la imposible morfología del dúo de tres caras. Como ya sucedió en su anterior colección, Pròxima B, la magia se produce con la aparición del tercer elemento, el que fluctúa: Javier Vicente, Carasueño. El productor (Tulsa, Alondra Bentley, Calavera) repite su papel de toma de tierra, de brújula y de líquido conductor, paseando junto a Júlia en busca de cada una de las muchas puertas que se abren en el disco.

La Casa de Júlia es un hogar que solapa todos sus tiempos en uno solo, una superposición de recuerdos e instantes en forma de detalles perfectamente dispuestos a lo largo de su arquitectura. Para alcanzar esta sensación de familiaridad, de piel —a veces tan difícil de encontrar en trabajos de pop sintético—, han optado por el enfoque orgánico; incluso artesanal, desde el punto de vista más tradicional. Y la propuesta funciona. En su investigación sonora de objetos domésticos, con los que profundizaron en la composición, han aprovechado útiles de cocina, pedazos de madera o cristales para crear sonidos que, digitalizados, siguen manteniendo el carácter orgánico y experimental de los mismos.

(La Casa de Júlia: sus canciones)

Y sus voces. El recorrido a través del hogar construido por Júlia en Casa se vertebra con sutileza a través del particular tratamiento aplicado en el apartado vocal. El trabajo de orfebrería con las voces —sus voces—, como sí se tratara de orífices que modulan el oro con sus propias manos, acompaña al visitante en todo momento: es un eco amable al final del pasillo que se extiende por toda la casa, de la puerta de entrada a la de salida. En una suerte de actualización de los lares, los dioses de la familia que adoraban los primeros romanos, la artesanía vocal en ‘Tradicional’, ‘Plom’ y ‘Ut’, entre otras, guía y protege de los extraños durante nuestra visita.

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